25 jul 2006

Triste-


Hay tristezas que no duelen.
Esas tristezas que están hondo, muy hondo en nuestras almas, que ya no se sienten. Son solo un síntoma del que estamos acostumbrados y que alimentan fervientemente nuestros duendes que escriben, pintan, tocan o se expresan de alguna forma.
Hay tristezas hermosas.
Son esas tristezas que tuvo Syd Barrett, Pablo Picasso en su Periodo Azul, es esa permanente tristeza de Nick Cave y toda la melancolía de arrabal.
Esa es una tristeza que empuja y ayuda. Es una tristeza que no se llora, se vomita en párrafos y párrafos de febril descarga.
No son tristezas de amor, ni por nada en especial.
Son simplemente pequeños canceres que necesitan ser drenados a través de una pluma que corte las esposas, o un pincel que dibuje una salida. Son inquietudes, malestares con el mundo. Son síntomas de querer estar lejos, muy lejos, del conformismo.
Hoy, decir “estoy triste” puede llamar a la comparecencia de algún pobre individuo. Pero los que sienten, los que de verdad ven mas allá de las lagrimas, saben que esto no es depresión, sino es descontento por no alcanzar ese Valhala al que todos los que tenemos un fantasma dentro de nuestro placard queremos llegar.
Buenos Aires es triste, Buenos Aires es hermosa. Otro rincón en el mundo poseído por tantas lagrimas que solo verla inspira a ese pequeño monstruo que todos tenemos adentro. Amo Buenos Aires… y eso, afortunadamente, me pone triste…

19 jul 2006

Sueño-


Ella soñó un lugar. Una pradera, con altos árboles cargados de hojas amarillas, que también alfombraban la gran llanura de plena nada que tan hermosa se veía. Soñó una brisa suave que la despeinaba y un suave murmullo del mar chocando contra los acantilados, a lo lejos. Soñó el cielo celeste, con algunas nubes blancas soñó a dos felices novios, besándose bajo un olmo. Ella caminaba descalza, sintiendo el placer de romper con sus pies las hojas que yacían sobre el pasto. Miraba alrededor y respiraba profundamente, sintiendo que el aire, mas puro que en ningún lugar, llenaba sus pulmones viciados de urbanismos y nicotina. De repente, sintió ganas de correr, y de experimentar ese vértigo de el viento golpeando en su cara, fría y violentamente. Era feliz, era su lugar.
Sin embargo, algo pasó. El cielo se oscureció y la lluvia empapo su cuerpo. Siguió corriendo, pero ya no sentía libertad, sino que su pecho estaba oprimido y tenia la certeza que las nubes del cielo habían invadido su cabeza. Estaba confundida, quería llorar, gritar, volver a su casa.

Su angustia crecía a medida que la lluvia aumentaba. Los árboles perdían mas y mas hojas, hasta quedar completamente desnudos y tristes. Los rayos eran la única luz disponible, ya que el sol estaba tapado por una gruesa capa de nubes, tan negras como la noche.
Estaba sola, en medio de la nada, y completamente ciega. Pensó en cortar su pollera para cubrirse los pies, ya que temía pisar algo que la lastimase, pero luego recapacito, y llegó a la conclusión de que no quería pasar mas tiempo en ese sombrío lugar. Pero, ¿Cómo huiría de ahí?
Caminó lentamente, con los brazos estirados, para no llevarse por delante ningún árbol. Gritó, pidiendo ayuda, recordando que la pareja de novios no estaba lejos de donde ella se encontraba, pero la única respuesta que recibió fue un rayo, seguido de un sonoro trueno, que la aturdió, y la obligó a cubrirse los oídos. Siempre le había temido a los truenos, desde que su mamá le dijo que eran los rugidos de Dios cuando estaba furioso. Era absurdo, y lo sabía, pero su madre la había asustado mucho con eso durante su infancia, hasta generar un trauma, del cual a sus 26 años, todavía le era imposible salir.

Luego de que Dios se callara, destapó sus oídos y siguió su ruta. Ella caminaba rápidamente entre los árboles, pateando dolorosamente rocas y pisando ramitas que raspaban las plantas de sus pies.

Con mucha dificultad, llegó a lo que creía que era un claro. No sentía mas árboles alrededor y además, el viento ahí le pegaba directamente en la cara, sin ninguna intromisión vegetal. Pero la plena oscuridad no le permitió ver donde estaba.
Es imposible que salgas- Escuchó de pronto entre las sombras- Nadie escapa de este bosque. La voz era ronca, de un hombre Si- Grito otra voz, esta femenina- Jamás saldrás de entre este laberinto de árboles. La noche es eterna, y muchos cazadores buscan sus presas para esta noche- Reía la horrible voz. Ella comenzó a llorar, y a correr, sintiendo que detrás muchos pies la seguían. Las hojas crujían detrás suyo. Gritos de éxtasis, gruñidos animales, sonaban en sus espaldas. Si se detenía, iba a ser víctima de esos seres del bosque, que la someterían, o la cenarían, o lo que sea, pero nada bueno, de eso estaba segura.
Corrió durante lo que ella creyó que eran horas. Tropezó un par de veces y hasta sintió una mano, mas fría que el hielo, que la tomaba violentamente de un tobillo. Con una certera patada pudo evadir a la criatura, pero sabía que detrás de el había cientos, miles, de seres mas, que estaban acechándola.

Siguió corriendo. Sentía sus latidos, fuertes, nerviosos y veloces. Sentía su boca seca y sus pulmones vacíos. Sabía que no iba a aguantar mucho tiempo más corriendo. Estaba tan cansada que lo único que deseaba era desfallecer en ese momento, y no sentir más dolor ni miedo.
En plena persecución, un nuevo rayo lo alumbró todo, revelándole un paisaje desolador. Corría directamente hacia los acantilados, y detrás había legión de seres oscuros y de ojos brillantes, que le prohibirían la escapatoria hacia el otro lado. No tenía salida. Parada en el borde del acantilado, a decenas de metros del mar, que ocultaba piedras que sin duda terminarían con su vida, y enfrentada a una jauría de salvajes, primitivos seres con el instinto caníbal en todo su esplendor.
No sabía que hacer, temía los dos finales, hasta que un nuevo trueno, mucho más fuerte que el anterior, la sobresaltó, dio un mal paso, y cayó.

Se sentó de golpe en su cama, con un grito ahogado y sin aire. Sentía su remera transpirada y la cama empapada de su sudor. Vio alrededor y se sintió de nuevo en el refugio de su habitación. La ventana que daba a la avenida, sus cortinas amarillas, la PC, como siempre prendida, el televisor encendido, con la señal de ajuste como protagonista y su ropa, toda apilada sobre un mueble.
Odio las pesadillas- Susurró, mientras se levantaba y ahogaba otro grito, al darse cuenta que sus pies estaban embarrados…

16 jul 2006

Café-


La taza de café había dibujado un círculo perfecto en la mesa de madera. El, sacándole la ceniza a su cigarrillo, escupía bocanadas de humo que, con sus volutas, formaba extrañas anatomías de seres irreales.
Esperaba, nada mas.Sus ojos no estaban quietos. Miraba el espejo, donde sin remedio se volvía a encontrar a si mismo, una y otra vez. “Que monótonos son los espejos- pensó- Misma realidad, distinto plano. Que poco original”.
Miraba a la gente. Al viejo que leía el diario junto a la ventana, con una copita de algún aguardiente para rejuvenecer su envejecida alma. La chica, siempre cargada de maquillaje, que coqueteaba con el mozo para que cuando este advierta que la propina era inexistente, no se sienta tan agraviado. El taxista, que “te cantaba la posta”. “Todo es chamuyo pibe- les decía a los mozos de la barra- lo que de verdad pasa acá es…”. Que simple es todo para quien tiene la verdad absoluta.
Pero nada parecía importarle a M., siempre sentado, siempre fumando, jugando con la montura de sus anteojos y mirando el espejo, la gente, el reloj, su cuaderno y el espejo de nuevo, para dibujar en su mente una infinita cinta de Moëbius que nunca acabaría, o eso parecía. No mientras siga sentado, esperando.
Otro café, otra media hora esperando, imaginó.
Entró por la puerta, saludando ruidosamente, un hombre corpulento. Todo estaba para él. Apenas ingresó y se sentó se encontró con que su cerveza ya estaba servida, transpirando. La bestia eliminó el liquido en unos cuantos segundos, y dejando unas monedas en la mesa, desapareció. “Habitué”, pensó M. largando una densa bocanada que nubló por unos instantes su vista.
Mientras revolvía el café, muy caliente para su gusto, escuchaba los diálogos de otras mesas. Al parecer, R. Engaña a S. desde hace unos cuantos meses. El casamiento era por conveniencia, se sabía. Esos no se amaban para nada. La plata mueve al mundo!! T., por su lado, estaba pasado de trabajo, y aseguraba a otro hombre, barbudo y algo canoso, que en cuanto tuviera la oportunidad mataría a su jefe, por explotador y pendenciero.
En la mesa de al lado, una chica preparaba una salida con sus amigas. Eso si, C. no debe ir. Nadie la tolera y borracha es mas densa todavía.
La última mesa que llegó a escuchar fue la de J. que aseguraba que si independiente no salía campeón, iba a romper su carné de socio frente a la sede como repudio a la dirigencia. Eso es valentía y compromiso social, pensó M.
Apagó el cigarrillo y comenzó a jugar con una lapicera. La hacía girar entre los dedos como si fuera un palillo de batería. Esperaba, eso era todo. Esperaba que por la puerta pasara la historia que debía escribir. Esa vida que sentía que, de alguna forma, le pertenecía. Esperaba. Su vida era esperar a esa vida, para contarla, para poder llenar sus hojas con algo estremecedor.
Pero aparentemente, esa persona es egoísta. No desea que lo conozcamos, susurro.
M. dejó el dinero en la mesa y se fue, sin dejar de mirar a todo y a todos. Mañana iba a volver, con la esperanza de que su historia estuviera esperándolo, fumando y distraído, mirándolo todo, en la mesa de un café.

14 jul 2006

Un Lugar-

Un lugar... eso es lo que se necesita a veces...
Un lugar donde las cosas sean distintas,
Donde no existan presiones ni tiempos.
Un lugar donde se pueda ser quien se quiera ser,
Sin importar razon ni fundamento.
Un lugar simple, casi austero.
Un lugar donde las palabras corran y el viento las difunda.
Un lugar, en definitiva, donde no exista mas que uno y sus fantasmas.

Bienvenidos a ese mundo, al que alguna vez renuncie,
Pero en realidad, ese mundo renuncio a mi por un tiempo...