24 ago 2006

Ficción-


En el escritorio había una taza de café que se enfriaba, una lapicera algo mordida, víctima de constantes crisis creativas, un block de hojas, algo desgarbado, sin tapa y con varias de sus hojas arrancadas, dibujadas o escondidas entre violentos tachones. Otras hojas mostraban un constante mar de líneas, azules o negras, en el que sus historias, buenas, mediocres o simplemente pésimas tomaban cuerpo.
Su cuaderno lo acompañaba desde hacía meses. Noche tras noche, El se sentaba en su escritorio para darle vida a decenas de personajes que, a diferencia de el, tenían una vida cargada de conflictos, amor, lujuria, aventura y muerte.
El era escritor, y lo hubiese dado todo por no serlo.
Esclavo de sus fantasmas, entes perversos que solicitaban en su cerebro un cuerpo, una personalidad. Fantasmas, que luego se transformaban en el inspector Renó, o en Leopoldo Infraín, el ladrón de joyas, o en Alma Acuña, la joven mimada, o en la loca Señora Ramos, madre de Almita. Todos ellos lo acosaban noche a noche para que, a través de su pluma liberadora, les otorgue un lugar, un marco y contexto para su existencia.
Esa noche, cuando se disponía a cerrar los ojos para dejar de soñar, uno de ellos, Infraín, le exigió la muerte de Alma, quien no correspondía su obsesivo amor. No puedo matarla, pensó El, es una parte importante de la historia. Es una pendeja despechada, insistía el ladrón. Le di todo, mi vida era de ella y, sin embargo, vive despreciándome.
Cerró los ojos más fuerte, y se dio vuelta. No, pensó, no voy a matarla, es muy joven y tiene mucho para darle a la historia. ¡Claro!, exclamó Infraín, Era obvio que velarías por el éxito editorial, antes que por la vida de un amante como yo. Matala, no merece vivir, ella es cruel, me manipuló para que robe el cristal de jade de la Princesa Delfina para ella, fijate en la pagina 122 sino. Si, es verdad, respondió resignado, pero, incluso sabiendo como era ella, el que se enamoro fue usted. ¡No!, le gritó el ladrón, no es así, vos me enamoraste, vos creaste en mi ese espíritu obsesivo, vos cultivaste ese amor tan violento e incondicional. Vos me hiciste miserable, haciendo que ame de esta forma a Alma. Casi me atrapan por su culpa, ¿te acordás?, Si, me acuerdo, respondió El, para luego callarse. ¿Entonces?, preguntó Infraín, ¿La vas a matar? El escritor negó rotundamente con la cabeza. No la puedo matar, es una jovencita. Esta bien, respondió resignado el fino delincuente, dame las herramientas, y yo la mato. No puedo hacer eso, dijo El, sería cómplice de tu crimen.
El ladrón de joyas gritó, como descargándose de una fuerte tensión, y luego le dijo violentamente ¡ También fuiste el cómplice del asesinato de mi hermano, ¿te acordás?, había quedado solo y herido, no había nadie cerca para ayudarlo, y el asesino de Renó lo acribillo en el piso, sin piedad. ¡Basta!, gritó el escritor. Es verdad, si, yo soy el responsable de todo eso, pero de todas formas no voy a dejar que la mates a ella, no es su culpa. Es quien es por la madre, que la malcrió. ¡Por tu culpa ella fue malcriada! Dijo enérgicamente Infraín, por tu culpa todos somos lo que somos. En tu juego de ser Dios transformaste nuestras vidas en un azar, que depende de tus caprichos, de tu piedad o de tu crueldad. No puedo permitir que sigas haciéndonos eso, por eso exijo que, al menos a mi me puedas dar la satisfacción de ser un poco feliz. Solo pido que la borres de mi vida, que la mates. Esta bien, dijo el escritor, voy a hacer algo.
Encendió la cafetera y, mordiendo la lapicera, como siempre, dio vueltas alrededor de la mesa. Se sirvió una taza de café y siguió pensando como podía solucionar el conflicto. Revisó hojas y hojas de viejos escritos suyos. Inspeccionó minuciosamente viejas vidas que había abandonado, que considerados son, pensó, nunca me exigieron nada, y hace años que viven en el mismo día.
Inspeccionó a todas las personas que había creado y matado a gusto y placer. Vio todos los vejámenes que sufrían algunos y la abundancia que tenían otros. Se sintió mal por un minuto. Yo no soy un Dios, se dijo, no puedo controlar tantas vidas. Creo que es mejor terminar con todo est…¡Terminar!, exclamó desde algún lado Infraín, ¡Antes de terminar nada vas a terminar mi historia!, Tenés que cerrar la puerta que abriste. Soy miserable, y no quiero seguir siéndolo. Y no vas a serlo, dijo el escritor.
Se sentó y escribió lentamente, línea tras línea, la historia. Luego del punto final se calló para intentar escuchar a Infraín. Nadie habló. Funcionó, se dijo. Por fin voy a poder dormir.
Fue a su cama, dejando el café tal como se lo sirvió, pero ya a estas alturas de la noche, seguramente helado. Durmió placidamente y sin sobresaltos hasta el mediodía siguiente.
En la última pagina que El escribió se leía, entre manchones y correcciones:

Infraín, pese a su frialdad, no pudo tolerar la muerte de Alma. El cortocircuito que había causado en la joyería para su asalto provocó el incendio en el que la joven millonaria moriría trágicamente. Lo último que el ladrón sintió fue el frío acero de su revolver contra el paladar, y el sordo ruido del balazo que acabó con su miserable y agónica vida, y que lo liberó del recuerdo de Alma, para siempre.

16 ago 2006

Vida Gris-


El cielo era un espejo de sus pensamientos. Turbio y gris, confuso. El sol se había escondido hacía poco, y las luces opacas de la calle eran la única vela en la insipiente oscuridad de la noche. Miraba por la ventana, miraba a nada en especial, intentando con sus ojos, espejos clarísimos de agua marina, contemplar algo invisible, la respuesta a todas sus preguntas, su vida. Miraba para afuera, pero en realidad, miraba en su interior. Veía como sus 25 años habían pasado demasiado rápido, como hoy, la soledad se había hecho su mejor compañera y como ella quería expulsarla de su casa, para quedar así verdaderamente sola, sin la angustia que la soledad trae consigo. Extrañaba un poco a algunos ex novios, y al mismo tiempo, quería prender fuego los recuerdos que los proyectaban en esa película íntima que estaba disfrutando, o sufriendo, solo ella sabría. Algunos eran tiernos, otros no tanto, otros nada. Todos tuvieron su por que, y todos están lejos, también por un por que, pensó.
Sacó el último cigarrillo del paquete, en un movimiento casi automático. Lo prendió y las primeras volutas de humo decoraron un poco el triste paisaje que veía. Gris asfalto lamido por opacas luces amarillas. Grises edificios confundidos en el horizonte vertical con el cielo. Un relámpago alumbró más claramente por un instante la calle, pero su luz la encegueció. Tras el, y como es costumbre, un trueno resonó en el firmamento, anticipando así la inminente tormenta que se desataría sobre la ciudad. Que hermosa la lluvia, pensó, el agua purifica.

Se empezaron a escuchar las gotas rompiéndose sobre el tibio asfalto. El ambiente se tornó algo denso, consecuencia de la humedad. Ella seguía, con los brazos apoyados en el marco de la ventana, mirando como la ciudad se empapaba lentamente, consecuencia de la fina llovizna que la impregnaba de a poco, alfombrando el paisaje de con un brillo insólito para el opaco asfalto.

El agua purifica, había pensado. Y sus pensamientos, desgarbados, surrealistas, habían comenzado a tomar forma. Su vida no la convencía. La soledad, las 8 horas de trabajo, la tele, el tabaco, las salidas monótonas, las parejas de ocasión, el transito, los energizantes, el Chat, ascensores, planchita, peluquería, ropa de marca, ropa de diseño propio, todo, todo inútil ahora. La angustia no se cambia con el look.

Necesitaba un cambio, una vuelta de 180º . Campo tal vez, el sur, dejar el trabajo, sola o con amigas, o con algún amor, emprender un viaje que dure quien sabe cuanto, sin saber adonde iba o venía. Relajarse, tomar el cielo como techo eterno de mi domicilio gigante, que es el mundo, pensó. Liberarme.

Se fue hasta la cama y se tiró violentamente contra el nudo de sabanas y ropa que había sobre ella. Apagó el cigarrillo y, mirando el cielo raso pensó, tengo que irme, lejos. Cerró los ojos fuerte, se imaginó tirada sobre el pasto en unas campiñas como pintadas por Van Gogh. Estaba en una especie de colina, a varios metros de un lago, sobre un campo sin alambrados, ni cableados ni asfalto. Esto es lo que busco, se dijo. Corrió y casi sintió en viento puro que le pegaba en la cara, pero un trueno le hizo abrir los ojos, y volver a su habitación. Volver a la soledad, las 8 horas de trabajo, la tele, el tabaco, las salidas monótonas, las parejas de ocasión, el transito, los energizantes, el Chat, ascensores, planchita, peluquería, ropa de marca, ropa de diseño propio. Todo inútil, todo lejos de ese paraíso que tan pocos segundos le duró.

4 ago 2006

Biografía de Jean- Jaques Brounet-


Amada imaginación,
lo que más amo en ti
es que jamas perdonas


André Breton- Manifiesto Surrealista


Hace varios años se publicó la biografía de Jean- Jaques Brounet, uno de los mas importantes e ignorados pintores del surrealismo que dio la Francia de Breton.
“Mis días se vieron opacados por la belleza de los mundos que imaginé, y mas tarde creé en mis obras. El mundo ideal e imposible que, junto a André (Breton) imaginamos día a día”, asegura el pintor, que también aclara que esa parte de su vida, la onírica, puede ser vista en su obra, mientras que en el libro se limitaría a contar sus experiencias, verídicas y “terrenales”.
La vida de Brounet, como el afirma, estuvo infestada de tragedias. Su niñez, solitaria, la pasó en un orfanato parisino, ya que su madre murió durante el parto y su padre, desconsolado, se suicidó cuando Jean- Jaques tenía apenas siete meses.
Cursó sus primeros estudios en la escuela que tenía el orfanato, pero nunca se destacó por sus calificaciones, sino todo lo contrario, Pero a los 12 uno de sus profesores, Monsieur Vidquoc, pudo ver en él su talento en las artes, por lo que lo persuadió para dejar esa escuela y le consiguió una beca en la academia de las artes en Lyon.
Terminó la primaria bajo en padrinazgo de Vidquoc, quien lo preparo para rendir los exámenes libres del último año. Así, cuando cumplió 13, pudo ingresar en la academia.
Un año más tarde descubrió que el arte era el camino de salida a un mundo diferente, que lo alejaba de las “grises y desgarbadas paredes húmedas de ese departamento infecto donde morían las esperanzas de los recién nacidos, y donde nació una nueva generación de parias franceses”.
En Lyon vivía en un pequeño departamento que su beca le garantizaba junto a Paul Frenchet, un joven estudiante de la escuela de contabilidad, con el cual jamás pudo tener una buena relación. Brounet recuerda “La amistad con Frenchet era imposible. Yo soñaba con el mundo en colores, mientras que el lo pensaba en números”. La escuela de artes fue para él un pequeño oasis en medio de un desierto “demasiado poblado, claustrofóbicamente apretado y ridículamente egoísta”. De ella se recibió con honores a los 18 años, por lo cual ganó también una beca para la Universidad de Bellas Artes. Pese a esto, él era infeliz. Su vida eran sus cuadros, y sus cuadros eran su mundo. Lo demás, el exterior, abrumaba la mente de Brounet. No recuerda en las paginas de su libro a un solo amigo, mas que al tutor Vidquoc. “El mundo no fue hecho para los soñadores, y maldito el orden del mundo, que le da el liderazgo a ambiciosas hienas, carentes de color, tan vacías por dentro que el eco de sus viles pensamientos puede escucharse en sus traseros” sentencia el pintor en uno de sus párrafos. Durante 4 años dedicó enteramente su vida a la universidad, por lo que a sus 23 años, con el título recién logrado. ya se dedicaba a dar clases en la misma escuela que lo vio formarse en su adolescencia. Ejerció la docencia por dos años. En el segundo conoció a Marie Curie, una joven de 18 muy talentosa, de la cual se enamoró y (por eso, y por su talento) apadrinó y apoyó, hasta que le consiguió la misma beca que recibió el cuando terminó los estudios. Mientras Curie cursaba en la universidad, Brounet tuvo una oportunidad de mostrar sus obras en público. La oferta venía desde Nantes, donde se inauguraba un pequeño museo de arte. Pidió en la escuela un adelanto de dos sueldos para poder viajar a Nantes y transportar sus pinturas, se despidió de Marie y se fue en uno de los trenes mas baratos de Francia. El día de la inauguración el museo contaba la pobre cantidad de 5 visitantes. Uno de ellos era André Breton, el celebre escritor y pintor surrealista. A partir de ahí, una relación surgiría entre ellos. “Con André nos unió la utopía, no hubo amistad, solo sueños en común”, declara sobre el escritor. Un mes mas tarde volvió con casi todas sus obras de nuevo a Lyon. Solamente había logrado vender dos, una de ellas a Breton y la otra a “un ricachón que entendía tanto mi arte como yo su modo de vida”. Una vez establecido en Lyon, continuó pintando febrilmente hasta que se acabara el plazo de 6 semanas que había pedido de licencia en la escuela. Ese tiempo también lo aprovecho para volver a ver a Marie. “La distancia que hubo entre ella y yo fue un cuchillo que cortó nuestras sogas. Cuando volví ella no era la misma, o yo no era el mismo, pero sentí que, luego que la despedí en la estación del tren, no la vería mas”. Efectivamente, Marie se mudaría unas semanas después junto a su familia a París. Ni se despidió a Brounet. Una noche, insomne, comenzó a bosquejar lo que luego sería “el pánico del fuego” su obra más ilustre. En ella, el artista refleja todos sus miedos a través de los personajes sin cara, totalmente negros, que miran extasiados la fogata donde un hombre, con un ojo vendado y el otro en su mano, yace agonizando, con una sádica sonrisa. Una lágrima cae desde el ojo extirpado, mientras que en el lugar donde debería estar el hueco del ojo, hay fuego. El cielo, colmado de humo, parecería celeste. Pero la densa cortina no permite ver el claro firmamento. Desde una ventana, aparece un ave, que representa a Marie y a su fuga. Durante el tiempo de licencia también pintó otras obras, pero luego del “pánico” sentía que ninguna valía la pena, y todas fueron destruidas. “Le panique c’est moi” definió. El “pánico” fue su última obra conocida. Ese vacío provocó que Jean- Jaques cayera en una fuerte depresión, que lo sumergiría en vicios y adicciones. El alcohol y las drogas fueron el paisaje mas pintado de su obra, siempre destruida y nunca conocida. “Pinte cerca de 1000 cuadros que jamás se verán. Las llamas se apiadaron de ustedes, las llamas les salvaron la vida y no dejaron que vean al Diablo a los ojos. Esos retratos eran el Diablo, y mis paisajes, el Infierno”. Esta depresión se vio profundizada con la muerte de Breton. Ese día, Brounet escribió “no hay mas luchadores, el mundo me ha vencido”. Vivió 10 años más alejado del mundo. Solamente pintaba y destruía. Tomaba y pintaba, ergo, destruía. No volvió a dar clases nunca mas, ya que cuando quiso volver, su estado era tan lamentable que los directivos consideraron que no era un buen ejemplo para los jóvenes. Brounet escribe “No me interesaba conseguir el trabajo, solamente buscaba dinero. No pensaba dar las clases. Cobraría y desaparecería. Necesitaba materiales para pintar, y necesitaba cocaína” Vendió todos los muebles de su casa. Solamente se quedo con su colchón donde, a veces, dormía durante días, victima de narcolepsias. El 11 de julio de 19.. Jean- Jaques Brounet decidió abandonar este mundo. El último registro que se lee en su biografía es “El mundo siempre fue ajeno a mi. Mi mundo eran mis pinturas… Hace mucho tiempo que no pinto un cuadro, no tengo el dinero para comprar los materiales. Con el último dinero que me quedó compre pinturas, y reproduje en mi pequeña habitación el “pánico”. Solo falta el fuego. Solo falta la chispa”. Efectivamente, su departamento se incendió y Jean- Jaques murió dentro. Siempre se sospecho que él creo el foco ígneo, para suicidarse y dar así su última y mas terrible obra de arte…
El “pánico” fue real.