16 jul 2006

Café-


La taza de café había dibujado un círculo perfecto en la mesa de madera. El, sacándole la ceniza a su cigarrillo, escupía bocanadas de humo que, con sus volutas, formaba extrañas anatomías de seres irreales.
Esperaba, nada mas.Sus ojos no estaban quietos. Miraba el espejo, donde sin remedio se volvía a encontrar a si mismo, una y otra vez. “Que monótonos son los espejos- pensó- Misma realidad, distinto plano. Que poco original”.
Miraba a la gente. Al viejo que leía el diario junto a la ventana, con una copita de algún aguardiente para rejuvenecer su envejecida alma. La chica, siempre cargada de maquillaje, que coqueteaba con el mozo para que cuando este advierta que la propina era inexistente, no se sienta tan agraviado. El taxista, que “te cantaba la posta”. “Todo es chamuyo pibe- les decía a los mozos de la barra- lo que de verdad pasa acá es…”. Que simple es todo para quien tiene la verdad absoluta.
Pero nada parecía importarle a M., siempre sentado, siempre fumando, jugando con la montura de sus anteojos y mirando el espejo, la gente, el reloj, su cuaderno y el espejo de nuevo, para dibujar en su mente una infinita cinta de Moëbius que nunca acabaría, o eso parecía. No mientras siga sentado, esperando.
Otro café, otra media hora esperando, imaginó.
Entró por la puerta, saludando ruidosamente, un hombre corpulento. Todo estaba para él. Apenas ingresó y se sentó se encontró con que su cerveza ya estaba servida, transpirando. La bestia eliminó el liquido en unos cuantos segundos, y dejando unas monedas en la mesa, desapareció. “Habitué”, pensó M. largando una densa bocanada que nubló por unos instantes su vista.
Mientras revolvía el café, muy caliente para su gusto, escuchaba los diálogos de otras mesas. Al parecer, R. Engaña a S. desde hace unos cuantos meses. El casamiento era por conveniencia, se sabía. Esos no se amaban para nada. La plata mueve al mundo!! T., por su lado, estaba pasado de trabajo, y aseguraba a otro hombre, barbudo y algo canoso, que en cuanto tuviera la oportunidad mataría a su jefe, por explotador y pendenciero.
En la mesa de al lado, una chica preparaba una salida con sus amigas. Eso si, C. no debe ir. Nadie la tolera y borracha es mas densa todavía.
La última mesa que llegó a escuchar fue la de J. que aseguraba que si independiente no salía campeón, iba a romper su carné de socio frente a la sede como repudio a la dirigencia. Eso es valentía y compromiso social, pensó M.
Apagó el cigarrillo y comenzó a jugar con una lapicera. La hacía girar entre los dedos como si fuera un palillo de batería. Esperaba, eso era todo. Esperaba que por la puerta pasara la historia que debía escribir. Esa vida que sentía que, de alguna forma, le pertenecía. Esperaba. Su vida era esperar a esa vida, para contarla, para poder llenar sus hojas con algo estremecedor.
Pero aparentemente, esa persona es egoísta. No desea que lo conozcamos, susurro.
M. dejó el dinero en la mesa y se fue, sin dejar de mirar a todo y a todos. Mañana iba a volver, con la esperanza de que su historia estuviera esperándolo, fumando y distraído, mirándolo todo, en la mesa de un café.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizas en algunos lugares hacen falta más historias como esta...
Me encantó...

islander dijo...

¿Están en el bellísimo Tortoni?

Anónimo dijo...

Buenísimo, me hizo recordar varias tardes en varios bares/cafés...
Por otra parte, me dieron ganas de ir a sentarme yo a ver que historias escucho.

Yo también ando esperando lo mismo, que aparezca la persona cuya historia sea LA historia para contar - preferentemente la que cuente yo, aunque bueno, si la cuenta otro igual la leeré. Si la escribe usted... ¿Yo puedo hacer la película?
;)

Volveré... Creo que voy a agregar algunos favoritos por mi página.

Pablo dijo...

Me gusto mucho esta historia Dana, tengo ganas de leer mas.
La foto la sacaste vos?

saludos.
P.